Era una oportunidad perfecta. Necesitaba una nueva computadora y me encontré, casi por casualidad, con un amigo que tenía una conocida que justo estaba vendiendo una MacBook color champaña completamente nueva a un precio inmejorable, casi de risa.
Luego de hacerle saber mi interés a mi conocido, me pasó el contacto de la dueña de un establecimiento ubicado en el centro de la Ciudad de México que se dedicaba a la venta y reparación de dispositivos electrónicos.
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Tras llamarle, se me dieron instrucciones de que fuera a su local ubicado sobre una importante arteria de la ciudad a cierta hora y durante un día en particular. En aquel momento, no se me hizo sospechoso en absoluto, pero en retrospectiva me doy cuenta que era una señal ominosa de lo que sucedería después.
Al llegar a la hora acordada, pude ver que el lugar lucía abarrotado. Los gritos de los empleados que intentaban atraer a la clientela se entremezclaban con el ajetreo normal de una de las arterias más importantes de la Ciudad de México.
Encontré a mi contacto y le confirmé que era yo el probable comprador de esa flamante MacBook color champaña que se me había prometido.
Al enterarse, la mujer entró al local para emerger segundos después con una caja blanca en la que se leía ‘MacBook’ delante de ese fondo blanco que caracteriza los empaques de los productos de Apple.
Hay un gran riesgo de salir estafado cuando se compra en lugares informales
La impresión en la caja parecía legítima, por lo que confié en que su contenido sería completamente original: diseñado en Cupertino y ensamblado en China, como debe ser.
Pedí permiso de abrir la caja y estudiar su interior con mayor detenimiento. Se me invitó a entrar a local para revisarlo tranquilamente y, ya dentro, pude darme cuenta que ahí estaba la computadora, completamente nueva, de aluminio cepillado, con una sola entrada USB-C y un jack de 3,5 mm. Estaba frente a la MacBook de pantalla Retina que se me había prometido.
Al verme satisfecho con lo que tenía entre manos, entregué la cantidad acordada en efectivo (la mujer no aceptaba transacciones con depósito bancario o tarjeta de débito) y me retiré apresuradamente del lugar.
Ya en casa, volví a abrir la caja, y esta vez, saqué la delgadísima y minimalista computadora que guardaba en su interior.
Todo parecía estar en orden: me recibió el distintivo olor de los productos Apple recién salidos de su empaque, el envoltorio plástico se encontraba perfectamente doblado y sus accesorios estaban ahí, bien colocados en sus empaques, esperando ser usados por primera vez.
Al encender la computadora me di cuenta que había comprado un equipo nuevo a la mitad del precio que tiendas establecidas establecen para el mismo producto.
Por los primeros 15 días me sentí un ganador. ‘Le había ganado al sistema’. Burlé a las grandes corporaciones y me hice de una computadora a precio de risa. Por poco menos de un mes, pensé que había hecho el trato de mi vida, y casi me sentía culpable de haberle comprado un equipo nuevo a aquella mujer a un precio tan bajo. Sentí que (casi) la había estafado.
El encanto de la nueva MacBook duró unos pocos días
Sin embargo, luego de una quincena de uso ininterrumpido, la computadora simplemente dejó de encender, por lo cual, luego de varios intentos de ‘reanimarla’ de todas las maneras que mi conocimiento técnico me permitió, sentí la necesidad de llamar al servicio técnico de Apple.
Sobra decir que, debido al origen apócrifo de mi compra, los representantes de Apple se negaron a darme el servicio gratuito que se establecía en mi garantía.
‘Necesita un comprobante de compra,’ me decían. Yo no tenía ninguno.
Frustrado, llamé a la mujer que me había vendido mi producto. Ella ya no contestaba el teléfono. Visité su establecimiento varias veces en busca de quien me había vendido la MacBook y sólo era recibido por la misma respuesta: ‘Ella no trabaja aquí’, ‘nosotros no vendemos esas cosas’.
Pedí un comprobante y me miraron con cierto escepticismo. ‘Sólo te podríamos hacer una nota, pero no nos consta que hayas comprado nada aquí,’ me dijeron.
Sea lo que fuere, ya no tenía manera de contactar a mi vendedora, ni comprobar mi compra, ni hacer válida mi garantía porque había tenido la ‘audaz’ idea de haber comprado un equipo de casi 30 mil pesos a la mitad de su precio.
Si no se emite factura, lo mejor es evitar comprar ahí
De haber pensado más a futuro, habría adquirido el mismo equipo, más caro, sí, pero con la seguridad de que me darían un comprobante de compra, ese ticket que necesito para respaldar mi compra y, de paso, demostrar que mi adquisición forma parte de un círculo económico que ayuda al empleado que me mostró la MacBook, al transportista que la trajo de Estados Unidos y al distribuidor.
Si tan sólo hubiera hecho mi compra en un lugar legítimo, habría tenido acceso a otras opciones de pago como los famosos ‘meses sin intereses’; pero no, decidí aventurarme a comprar un producto que, en realidad, quién sabe dónde fue fabricado o de dónde salió.
‘Lo barato sale caro’ dicta el conocimiento popular, pero ¿qué tan caro me salió? 15 mil pesos por una computadora que me es inservible y que, días mas tarde, llevé a un servicio técnico autorizado para que me dijeran lo que más temía: ‘Este equipo es reconstruido y no por nosotros’, ‘No podemos repararla’.
Para colmo, quedé donde empecé: necesitando una computadora nueva porque la mía se negaba a funcionar.
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