Como si no fuera suficiente con ingerirla, ahora existen pruebas científicas que indican que oler la comida también engorda. ¿Habrá llegado el momento de alimentarse con una pinza en la nariz?
A esta conclusión llegaron los científicos, Andrew Dillin y Céline Riera, de la Universidad de Berkeley en el último de sus estudios publicado en la revista Cell Metabolism.
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El estudio buscaba descifrar la influencia del olfato en la acumulación de grasas. Para esto, utilizaron terapia genética en un grupo de ratones con el fin de anular sus terminaciones nerviosas y privarlos durante tres semanas del sentido del olfato, mientras que en otros este sentido permaneció intacto.
Pese a que a los dos grupos de roedores recibieron la misma misma cantidad de alimento alto en grasa, las observaciones arrojaron que los ratones sin olfato engordaron únicamente 10% en comparación con sus compañeros con olfato.
Posteriormente se anuló este sentido en los roedores con sobrepeso, y pronto su índice de masa corporal descendió a niveles normales, mientras que en el grupo con olfato esto no varió.
Por último, un grupo de ratones críados para tener un sentido del olfato superior recibieron la misma dieta, el resultado fue un mayor aumento de grasa corporal en comparación con los animales de olfato normal (no incluye masa muscular u ósea).
La conclusión de estos científicos apunta al metabolismo. Consideran que el sentido del olfato indica al organismo el momento de comer, y eso modifica su funcionamiento a nivel metabólico.
Por eso al oler la comida el organismo se prepara para almacenarla y la evidencia se halló en los ratones que sin olfato quemaban más rápido las grasas que sus contrincantes.
Por el contrario, al no oler la comida el organismo no piensa en comer, por lo que mantiene el ritmo metabólico normal y sigue quemando grasas.
gpa
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